domingo, 20 de diciembre de 2015



Hay quienes aseguran que valen más por lo que callan que por lo que dicen. Será verdad. Pero uno no sabe muy bien adónde puede llevar ese “silencio prudente” que no sea sencillamente a la mentira, al engaño, a la visión falsa de las cosas.


He sido testigo, y callado cómplice, de algunas situaciones en las que “por el buen nombre de la institución” se ha solicitado silencio y discreción. Hay cosas que no conviene que se digan, que hay que ocultar. De ese modo se evitan males mayores, dicen. Sólo en una ocasión he retirado un escrito en nombre del bien general de la institución. Me arrepentí pronto, pero ya era tarde, un día después, mi sacrificado escrito ya no tenía sentido. Aún me duelen aquellas palabras que finalmente no vieron la luz. El asunto sigue estando tan oscuro como estaba y funciona tan mal como funcionaba, nada ha ocurrido y todo sigue igual, como en la vieja canción de Julio Iglesias; eso sí: la institución no ha visto mermada su integridad, su impoluta integridad y sigue pareciendo lo que, en realidad, no es.

Es vieja esta modalidad de vivir más hacia afuera que hacia los adentros.  Sea como sea, el caso es que las cosas parezcan bonitas. Vivimos una nueva etapa barroca en la que importan más las apariencias que la verdad. El trampantojo se ha enseñoreado de nuevo de nuestros espacios, de nuestras casas, de nuestras vidas.  Y de nuevo parece necesario cabalgar a Rocinante y emprender una alocada carrera contra entuertos e injusticias. He ahí la esencia misma de la conciencia crítica del gran Cervantes. No nos engañemos, seguimos encontrándonos con duques chuscos que se mofan de nuestra ingenua locura y nos empuja a volar en un viaje astral sobre nuevos clavileños de mentira y mofa.


Os invito a descender a la cueva de cada uno de nuestros montesinos, sin miedo,  con la cabeza bien alta: allí encontraremos nuestros viejos fantasmas, nuestros amigos de siempre, también nuestros mortales enemigos, malandrines emboscados y fieros gigantes dispuestos a partirnos en dos de un solo golpe. Pero allí podremos imaginar, también, la más hermosa aventura de amor que imaginársenos pueda. No es verdad que Dulcinea no exista, por debajo de aquella imagen curtida y dura que pudo tener la mano más  fina embutir puercos, lo que en realidad se esconde es la más hermosa  visión de cuantas podamos contemplar. Que, al menos, no nos quiten los sueños.
La visión de Mingote  en la cueva sigue teniendo atractivo