Hay quienes aseguran que valen
más por lo que callan que por lo que dicen. Será verdad. Pero uno no sabe muy
bien adónde puede llevar ese “silencio prudente” que no sea sencillamente a la
mentira, al engaño, a la visión falsa de las cosas.
He sido testigo, y callado
cómplice, de algunas situaciones en las que “por el buen nombre de la
institución” se ha solicitado silencio y discreción. Hay cosas que no conviene
que se digan, que hay que ocultar. De ese modo se evitan males mayores, dicen. Sólo
en una ocasión he retirado un escrito en nombre del bien general de la
institución. Me arrepentí pronto, pero ya era tarde, un día después, mi
sacrificado escrito ya no tenía sentido. Aún me duelen aquellas palabras que
finalmente no vieron la luz. El asunto sigue estando tan oscuro como estaba y funciona
tan mal como funcionaba, nada ha ocurrido y todo sigue igual, como en la vieja
canción de Julio Iglesias; eso sí: la institución no ha visto mermada su
integridad, su impoluta integridad y sigue pareciendo lo que, en realidad, no
es.
Es vieja esta modalidad de vivir
más hacia afuera que hacia los adentros.
Sea como sea, el caso es que las cosas parezcan bonitas. Vivimos una
nueva etapa barroca en la que importan más las apariencias que la verdad. El trampantojo
se ha enseñoreado de nuevo de nuestros espacios, de nuestras casas, de nuestras
vidas. Y de nuevo parece necesario
cabalgar a Rocinante y emprender una alocada carrera contra entuertos e
injusticias. He ahí la esencia misma de la conciencia crítica del gran
Cervantes. No nos engañemos, seguimos encontrándonos con duques chuscos que se
mofan de nuestra ingenua locura y nos empuja a volar en un viaje astral sobre nuevos
clavileños de mentira y mofa.
Os invito a descender a la cueva
de cada uno de nuestros montesinos, sin miedo,
con la cabeza bien alta: allí encontraremos nuestros viejos fantasmas,
nuestros amigos de siempre, también nuestros mortales enemigos, malandrines
emboscados y fieros gigantes dispuestos a partirnos en dos de un solo golpe. Pero
allí podremos imaginar, también, la más hermosa aventura de amor que
imaginársenos pueda. No es verdad que Dulcinea no exista, por debajo de aquella
imagen curtida y dura que pudo tener la mano más fina embutir puercos, lo que en realidad se
esconde es la más hermosa visión de
cuantas podamos contemplar. Que, al menos, no nos quiten los sueños.
La visión de Mingote en la cueva sigue teniendo atractivo |